09 diciembre 2009

Comunicación Productiva con su hijo

Comunicación Productiva



Un viejo dicho jasídico señala que hay tres tipos de conversaciones. El primero es aquel en el que todo el mundo habla y nadie escucha. En el segundo una persona habla y los demás escuchan. El tercero, que es el nivel más elevado de la conversación, es aquella en la que nadie habla pero todos escuchan.

Podemos decir que la comprensión es cualitativamente elevada cuando los participantes no solamente atienden silenciosamente lo que se dice, sino también a aquello que no está siendo expresado. El contacto ocular y la percepción de las expresiones faciales son una ayuda para comprender lo que la otra persona está experimentando y sintiendo.

Hoy en día la comunicación productiva es un artículo poco común. En una oportunidad escuché a un adolescente que decía “Hace cinco años que no hablo con mi madre. ¡No he querido interrumpirla!” En algunas relaciones interpersonales todo el mundo habla mucho pero se escucha poco y después se asombran por qué esas relaciones se han enfriado.

No hay nada más lindo que ver a un padre con un hijo, o una pareja que puede expresar con tranquilidad aquellas ideas y sentimientos que les son importantes. Hablan el uno con el otro, en vez del uno al otro. En cambio, constantemente observo a padres e hijos y esposos y esposas que tienden a expresar sus sentimientos a los gritos. Piensan que cuanto más griten, más van a poder hacer llegar su punto de vista. Pero a pesar que podamos pensar que la otra persona está escuchando, el hecho es que cuanto más gritemos, menos  nos van a escuchar. La otra persona podrá permanecer en silencio, pero esto no es necesariamente una señal que esté escuchando; puede simplemente querer decir que está ocupada preparando su contraataque. Y, al final de este tipo de encuentro, cada una de las partes (o ambas) posiblemente digan algo así como: “¿Ves? No me está escuchando. Ése es el problema, no me escucha”.

Mi primera recomendación es que dejen de gritarse entre sí y que empiecen a escucharse. Les hago ver que no es posible saber lo que la otra persona está pensando y sintiendo si no han escuchado con atención. Luego les sugiero el siguiente ejercicio. Uno de ellos le planteará al otro cómo él/ella se están sintiendo, mientras que la segunda persona no deberá hacer nada más que escuchar con atención, contactarse visualmente y tratar de comprender dónde se origina lo que le está relatando. De ser necesario, el oyente podrá plantear preguntas aclaratorias, pero deberá cerciorarse que no está juzgando nada.

Cuando quien ha estado hablando termina, la otra persona deberá esperar para asegurarse que realmente ha finalizado y que no ha hecho una pausa para respirar. El oyente deberá entonces comentarle al interlocutor lo que ha entendido que éste le ha querido transmitir. Únicamente después que el interlocutor reconozca que el oyente ha comprendido, es que le corresponde a la segunda parte dar su opinión y esperar que le conteste con la misma calidad de atención que él o ella han convenido.

Este ejercicio no requiere que ninguna de las partes esté de acuerdo con la otra en lo que cada una de ellas expresa. Todo lo que el oyente tiene que hacer es comprender el punto de vista del interlocutor. Es únicamente después que cada uno ha comprendido al otro que se puede hacer un intento por encontrar un camino que contemple las necesidades de ambas partes. A menudo, la buena voluntad creada por el respeto de una buena atención y comprensión, tendrá como resultado el restablecimiento de la relación.

Tratemos de escuchar más y hablar menos. Tengamos presente que D-os nos dio una boca y dos oídos, para poder escuchar el doble de lo que hablamos. Pruébalo... ¡verás que funciona!

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