28 diciembre 2009

La Feminista


Me describiría como una feminista. Estos dos términos no son mutuamente excluyentes, aunque su combinación no deja de tener cierta tensión. Primeramente, soy una jasidá, y mi identidad se envuelve en esa palabra.

Nací en una familia perteneciente al movimiento Jabad Lubavitch, que nunca cuestionó el intelecto o la habilidad de la mujer. Y crecí rodeada de modelos femeninos de fuerza, carácter e inteligencia.

Esto estaba muy arraigado en nuestra herencia Jasídica. El enfoque bíblico trajo una cierta igualdad y un nuevo status a las mujeres en la vida, el cual fue aumentando a lo largo de las generaciones, a medida que las mujeres asumían roles más prominentes.

Mi feminidad era mucho más que sólo mi manera de ser...

Las mujeres en mi familia eran una fuerza a ser tenida en cuenta y (como pronto aprendí), nunca subestimada.
A medida que iba creciendo, no había nada que sintiera que estuviera fuera de mi alcance, exceptuando tal vez la vida de la sinagoga, como la disfrutaban los hombres. Esto, a menudo, parecía injusto, pero sabíamos que simplemente era así, de ese modo.

Cuando fui más adulta, me di cuenta que disfrutaba de ser mujer. Mi feminidad era más que sólo mi manera de ser; era parte intrínseca de quien quería ser y cómo quería expresarme.

Sí, había cosas que deseaba poder hacer. Pero vivía en un mundo de perfección, el mundo de la Torá. Amaba ese mundo y sabía que era verdad. Si en un mundo perfecto había ciertas cosas que una mujer no hacía... entonces, simplemente no las hacía, aunque tuviera ganas.

No se menospreciaba lo importante; pero la alegría y la potencial realización en el estilo de vida de saber quién es uno y tener una dirección y un propósito en la vida, era mucho más significativo.

Todavía me molesto un poco por los problemas que, en esta era de pre-redención, aún tienen que resolverse. Todavía me cansan ciertas polémicas y argumentos feministas. Pero sé que después de todos estos argumentos, refutaciones y debates, algo le debe hablar al alma.

Siempre que me encuentro en un conflicto, me hago una simple pregunta existencial: ¿Por qué estoy aquí? El Jasidismo contesta: para transformar este mundo en una morada para Di-s, en un lugar de espiritualidad y santidad. Mitzvot de acuerdo con la Halajá, la ley de la Torá, son nuestras únicas herramientas para hacer esto.

Una explicación del Shir HaShirim, el Cantar de los Cantares, ha sido particularmente significativa para mí. El Cantar de los Cantares habla del amor entre la mujer y el hombre; es una metáfora para la relación entre Di-s y el pueblo judío.


La narración es gráfica y abrumadoramente física; evoca calor y pasión. La vívida unión de hombre y mujer, tejiendo sus cuerpos en una trama física- la sexualidad como nexo entre cuerpo y alma.
Ya que la relación Di-s/Judío no debe ser platónica, no se requiere más que el acoplamiento del cuerpo y el alma: la acción.

Una mitzvá es espiritualidad hecha realidad con y dentro del reino físico; es la única manera para un ser humano de atraer Divinidad. En este nivel, unión y unicidad no pueden lograrse ni siquiera a través de las emociones más sinceras ni de las más apasionadas expresiones. Debe haber acción.
Por lo tanto, si quiero una relación con Di-s, debo hacer lugar para Di-s dentro de mí...

Retomando la metáfora de hombre/mujer, sabemos que la concepción ocurre cuando uno, la mujer, acepta al otro en su ser. En su unidad, en trascender su ser, los dos potencialmente crean un tercero, una nueva realidad.

Necesitamos crear esta apertura dentro de nosotros. En nuestra relación con Di-s, todos -hombres y mujeres- deben esforzarse por purgar sus egos avasallantes y, en su lugar, crear espacio para aceptar y abrazar Di-s en un espíritu de receptividad.

Cuando transcendemos nuestro ser y permitimos la fusión con Di-s, en Sus términos, sólo entonces cabe la posibilidad de "creación", de eternidad, en nuestra relación.

Al relacionar este pensamiento conmigo misma, no puedo permitir que nada -ni las corrientes de la sociedad, ni las opiniones más finamente escrutadas, ni mis propios deseos- se interponga entre mí y el cumplimiento de esa acción: Las mitzvot según la Halajá.

Y si hay en mí, lo que Rabí Steinsaltz llama la disputa del espíritu, está en mí afrentarlo.

Porque si quiero estar en una relación con Di-s y "asir" la eternidad, debo hacer lugar para Di-s dentro de mí, aun cuando esto signifique negar el "yo" que se presenta en el camino.

Una imagen viene a mi mente:
Hace algunos meses atrás, un viernes a la mañana, entré a la cocina de mis abuelos y fui testigo de una escena que para ellos era simplemente "vida", pero para mí fue una revelación.

Mi abuelo estaba en una esquina del cuarto poniéndose Tefilín. Mi abuela estaba del otro lado, separando una porción de la masa de la jalá (que mi abuelo amasó para que ella pudiera cumplir esa mitzvá especial). Él recitaba el Shemá, ella la bendición apropiada para separar "jalá".

Los dos rezaban con igual fervor. Los dos estaban en comunicación con Di-s, sin pensar en su "función". Estaban unidos a la Divinidad, por sobre sus particularidades.

Aunque en esencia mi vida y la vida de mi abuela reflejan los mismos valores, hay una gran diferencia.
Mi abuela creció en un tiempo en el que el rol de una mujer era incuestionable; la vida era mucho más simple, y si había opciones, estaban basadas en la necesidad, no en elecciones personales. Yo, por otro lado, estoy sumergida en el día a día caótico, en el constantemente mundo cambiante del siglo 21.

Mi abuela tiene fuerza y pureza; su visión es prístina e impoluta. Tiene lo que uno llamaría claridad, mientras yo tengo tensiones. Mi visión, a menudo, está eclipsada por mi ego. Yo puedo sentir y percibir lo que ella hace, pero no intuitivamente.

Mi intelecto tiene que involucrarse en gran medida y tengo que encontrar inspiración y fuerza para entender más profundamente la Torá. Debo estudiar para saber lo que ella sabe en sus tripas.

El lente del Jasidismo me da una perspectiva del mundo en que vivimos y los cambios que tienen lugar dentro de él. El misticismo judío explica que con la llegada de Mashiaj (el mesías), los poderes femeninos en este mundo serán los predominantes. La Shejiná (la dimensión femenina de lo Divino) será manifiesta, y los atributos femeninos serán los principales conductores de la Divinidad en este mundo. A mi me parece que el movimiento de las mujeres, como lo conocemos, en verdad, refleja esta realidad espiritual.

Me siento agradecida al movimiento feminista por los cambios positivos que ha traído a las mujeres. Ha motivado oportunidad, paga justa y respeto por la mitad femenina de sociedad. Mi percepción es que el movimiento feminista ha ayudado a la sociedad a ponerse al día con el mundo.

Hoy, vemos una feminista más conectada a su esencia femenina. Vemos una nueva generación que encuentra regocijo y plenitud en la maternidad. Hay un principio que nosotras, las mujeres somos diferentes, biológica, psicológica, intelectual, espiritualmente y en todas las demás áreas.

Tenemos que entender que no necesitamos subestimar esta propia identidad, en nuestra búsqueda de reconocimiento y respeto.

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