28 diciembre 2009

Las Mujeres Merecen Algo Mejor


Es hora de defender lo que verdaderamente somos. Lo merecemos.

 
Las mujeres – adolescentes, universitarias, jóvenes profesionales – merecen algo mejor. Y no se trata de joyas o ascensos en el trabajo. Se trata de relaciones. Sobre cómo los hombres tratan a las mujeres. Pero más importante aún, sobre cómo las mujeres permiten ser tratadas.

Peggy Noonan quizás lo definió mejor en un artículo reciente del Diario Wall Street describiendo programas de televisión contemporáneos: "Usted ve la rutinaria degradación de mujeres exhibiéndose como una liberación femenina".

No es sólo Hollywood, es la realidad. Es una consecuencia irónica de un feminismo que trató de persuadir a las mujeres eliminando las diferencias entre ellas y los hombres. Aquella liberación sugerida, sinónimo de promiscuidad, abogó que no existía ninguna diferencia entre la intimidad física de una mujer o la de un hombre.

Las mujeres jóvenes hoy reconocen el error de aquella posición. Ellas no desean relaciones casuales en lo absoluto. Lo que ellas quieren es una relación más profunda, y esperan en el teléfono aquella llamada o mensaje de texto. Y esperan. Y esperan...

Pero ellas están teniendo dificultades para encontrar apoyo a esta postura. No se encuentra disponible en los campus universitarios, donde el énfasis está puesto en la seguridad física en contraposición a la salud emocional y donde este punto de vista se considera pasado de moda e inadecuado. No se encuentra en sus madres, ellas mismas son productos de la liberación de los años sesenta y setenta. Y ciertamente no se encuentra disponible en los hombres que, aparentemente, tienen todo para ganar y nada para perder en esta supuesta liberación. (Para ser imparcial, pienso que muchos hombres reconocerán un cierto vacío en sus propias vidas, pero ya que esto a menudo es compensado por la facilidad de satisfacer sus apetitos, los dejaremos fuera de la ecuación por el momento).
Nuestras hijas se sienten débiles, forzadas a sacrificar su más privado ser y sus pensamientos en manos de una falsa liberación.
En un mundo en donde los encuentros casuales se producen vía mensajes de texto en medio de la noche, las mujeres parecen estar más oprimidas que en el pasado. Muchas mujeres jóvenes acuden a sicólogos, deprimidas y con dolor. Sus relaciones (utilizo el término sueltamente) las hacen sentir vacías y confusas. Sin embargo ellas tienen más miedo de la soledad potencial, del ostracismo social que conlleva el hecho de ser una muchacha "buena".

Entonces nuestras hijas se sienten débiles, obligadas a sacrificar su ser más privado y sus pensamientos en manos de una falsa liberación. Ellas buscan desesperadamente popularidad.

El origen del libro Girls Gone Mild fue la avalancha de cartas que recibió la escritora Wendy Shalit después de su primer libro, A Return to Modesty. Estas jóvenes mujeres que escribieron cartas sentían la presión constante de comportarse de modos que ellas encontraban poco atractivos, poco atrayentes, inalcanzables.

Ellas sintieron la presión constante de violar sus instintos.

Ellas no visualizaban un camino alternativo, un camino más digno de ser.

Esto no es liberación; esto es represión.

En un artículo reciente del Wall Street Journal, Jeffrey Zaslow cita un estudio realizado en la universidad estatal de Michigan que sugiere que el 60% de las estudiantes universitarias mantienen relaciones sexuales esporádicas. Nueve de cada diez "relaciones casuales" no se transforman en relaciones duraderas. De acuerdo a otro estudio, después del sexo ocasional, las mujeres muestran más síntomas de depresión que los hombres. ¿Cuántos estudios son necesarios para confirmar lo intuitivamente y empíricamente obvio? Sólo habla con una muchacha a solas y pregúntale.

Nuestras hijas deberían estar gritando, "¡Merecemos algo mejor!" Ellas deberían "recibir su dignidad de vuelta". Ellas deberían volver a si mismas. Creo que las hemos defraudado. No hemos imbuido en ellas un sentido de valor interior. Nuestras hijas son únicas, maravillosas, son tan preciosas. El verdadero poder es la capacidad de elegir; qué compartir, cuándo compartir, con quién compartir, de acuerdo a nuestros términos y con dignidad intacta.

Para que nuestras hijas sean verdaderas princesas judías, nosotras tenemos que ser reinas y enseñarles como comportarnos con dignidad, como apreciar el ser interior más que el exterior, tener el coraje para defendernos y arriesgar la soledad temporal por una vida de placer y sentido.
El poder verdadero es la habilidad de escuchar nuestra propia voz interna.
Wendy Shalit cuenta una historia interesante en su nuevo libro. Ella fue invitada a un programa especial de televisión, "Si las Mujeres Gobernaran el Mundo", antes de eso el productor concertó una entrevista privada.
"Estábamos a punto de fijar una hora cuando de pronto, para mi sorpresa, el productor comenzó a explicarme lo que yo tenía que decir en el programa: que cierta feminista de la segunda ola (otra invitada) había salvado a las mujeres y que yo, como mujer joven, estaba agradecida. Bueno, le respondí, yo no puedo decir exactamente eso, ya que no estoy de acuerdo con esa mujer en que las amas de casa son "parásitos" o con varias otras cosas que ella había escrito... Yo de hecho quiero casarme y no veo mi inhabilidad para cocinar como una ventaja. "¡Lo que usted dice...", balbuceó el productor por el teléfono, "no está en el guión!". "Ah, perdóneme", contesté yo. "No me di cuenta que había un guión, pensé que habíamos sido invitadas a expresar nuestra opinión como mujeres".

Hay un guión y necesita ser revisado. "Para mí, todo este episodio fue como una metáfora de ser una mujer joven en la sociedad de hoy. De muchas maneras, por lo general un poco más sutiles que el comportamiento de este productor, somos notificadas que 'liberarnos' significa desvestirnos, 'mejorar nuestra sexualidad' significa ser indiscriminadas eligiendo compañeros y esforzarnos por ver a las demás mujeres como competidoras sexuales. Pero para muchas de nosotras, este camino requiere reprimir nuestros ideales".

No te confundas. No se trata de culpar a los hombres. Si permitimos que alguien más controle nuestro comportamiento, es nuestra culpa no la de ellos. Es nuestra responsabilidad, no la de ellos. Esto es verdad para muchachos jóvenes impacientes, amigas, colegas, profesoras, libros feministas e incluso nuestros padres.

El verdadero poder es la capacidad de escuchar nuestra propia voz interior. La liberación verdadera es hacer lo que es correcto y no lo que dictan las presiones sociales. La libertad verdadera es identificarnos con nuestra alma eterna y no confundirnos con las voces de nuestros transitorios pero muy ruidosos cuerpos.
Es hora de defender lo que verdaderamente somos. Lo merecemos.

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