25 diciembre 2009

En Busca de Madurez


Me casé relativamente joven con el hermano de una de mis mejores amigas, el hombre que se convertiría en la luz de mi vida.
En los años previos a mi entrada formal vestida de satén blanco, consumía con avidez una enorme cantidad de consejos para llevar un matrimonio perfecto. Como me parecía que la mayoría de ellos eran poco importantes, no los integré demasiado a mis pensamientos.

De la gran cantidad de consejos, anécdotas y crónicas de sufrimiento me quedó solamente esta "valiosa" información: Con frecuencia las parejas discuten sobre la forma de apretar el tubo de pasta de dientes.

Quizás fueron las sorprendentes reacciones a (lo que consideraba) un tema sin importancia alguna las que hicieron que recordara este pequeño detalle durante mucho tiempo.

Y fue más adelante, cuando estaba bajo el dosel nupcial, que acepté hacer lo posible para que este matrimonio funcionara.

Con cierta inmadurez, y sin un mapa instructivo, de pronto me encontré teniendo que vivir, amar y aceptar - totalmente - a otro ser humano. Sabía que iba a ser difícil, pero no tenía idea de cuán difícil. Sabía que iba a ser un desafío, exigente y agotador pero, a la postre, gratificante.

Sabía que no podía prometer lograr que sus necesidades fueran las mías. Era un proyecto demasiado formidable para una joven mujer algo egoísta, con la madurez de una niña. Pero, por cierto que quería alcanzar esa máxima felicidad marital, ese maravilloso sentimiento de dar todo al que se ama. Y por cierto que no quería ser yo quien discutiera acerca de los tubos de pasta de dientes.

 De modo que tomé una decisión. Fue una decisión pequeña, y ni siquiera se la comenté a mi esposo.

Dejaría el tubo de pasta de dientes como a él le gusta.

Y ese pequeño acto consciente de anteponer sus necesidades a las mías fue lo que marcó la diferencia.

El Rebe decía que era mejor dar un centavo o dos por día, que dar un dólar una vez al mes. Es verdad que el monto donado podrá ser el mismo pero, será a través de esos centavos que te podrás convertir en una persona generosa.

Es difícil de comprender cómo una pequeña acción, repetida a menudo, puede cambiar por completo los rasgos de carácter. Pero funciona.

El Tania dice que "El hábito se convierte en segunda naturaleza". Y esto no se limita a los comportamientos negativos. Una sola costumbre puede cambiar años de conductas negativas. La luz tiene una natural ventaja sobre la oscuridad e, incluso en pequeñas cantidades, se impone sobre ella. Agregar una sola chispa de luz cambia todo el entorno.

Mi decisión con respecto al tubo de pasta de dientes me dio cierta confianza. Ahora estaba haciendo algo concreto para mejorar mi matrimonio. Quizás me dio demasiada confianza, y me dediqué a desarrollar otra habilidad. Debería haber tenido mejor criterio.

 No sé cocinar. Bueno, no soy de esas personas totalmente tontas incapaces de seguir las instrucciones de una bolsa de fideos, pero no tengo mucha suerte en la cocina. A mi favor tengo que traté, realmente hice lo posible. Mi madre compartió generosamente su tiempo y sabiduría tratando de enseñarme platos sencillos pero apetitosos.

Muy bien, de modo que no era un desastre total. Pero me exigía tanto que no me quedaba energía para continuar con esa exigencia. Empecé a dejar que mi esposo se preparara huevos revueltos para la cena. Si le molestaba, nunca me lo hizo saber. Y dejó de esperar cenas calientes.

Un día tuvimos una discusión. Fue una de esas grandes peleas que solamente los recién casados pueden llegar a controlar, de esas en que uno se enfurece pero es en vano, porque todo el desacuerdo se basa en un malentendido.

 De modo que mi esposo se fue enojado y yo iba y venía por el apartamento, murmurando sobre cuán insoportables pueden ser los hombres. Estaba demasiado alterada como para trabajar en la computadora, realizando tareas que requirieran energía mental. Fue allí cuando empezó a brillar un rayito de madurez en mi mente. Preparé la cena.

Creo que esa noche fue un momento decisivo para ambos. Cuando volvió, yo estaba en la cocina. Al entrar al comedor mi esposo tenía una expresión de sorpresa y la mirada fija en su plato. Todavía algo enojada le pregunté irritada: "¿Qué estás mirando? ¿Hay algo escrito en el plato?"

"Sí," me contestó. "Dice que todavía te importo".
Ése fue el momento que nos hizo ver claramente que: Yo estoy comprometido contigo y tú conmigo. Una discusión no va a cambiar este compromiso.

Pero, lo mejor para mí, fue darme cuenta que puedo estar por encima de mis emociones. Incluso cuando estoy muy enojada puedo dar un paso lleno de afecto. Ya sea que escriba una nota, cocine algo o arregle el cuarto, me recuerda a mí misma que el enojo va a pasar, pero que la relación permanece.

 El gran Maimónides dice que deberíamos mirar al mundo como si fuera una balanza, perfectamente calibrada, de buenas y no tan buenas acciones. Un solo acto positivo saca al mundo de su equilibrio y lo pone directamente en la categoría de "bueno".

Es un cambio que repercute más que sobre mí o mi matrimonio. No solamente me cambia a mí y a mi matrimonio. Cambia al mundo.

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